El libro atrapada en el tiempo es el segundo libro de la serie forastera.
Atrapada en el tiempo fue publicado por primera vez en 1992 con el título de "Dragonfly in Amber". En español, el libro no llegó hasta 4 años después, en 1996.
Atrapada en el tiempo, el segundo libro de la saga Forastera, es una novela histórica donde sus protagonistas intentan cambiar la historia y se enfrentan a un destino ineludible que pondrá a prueba su amor.
El título del libro (Dragonfly in Amber ) hace referencia a el regalo que Hungh Munro le envía a Claire en el primer libro: un trozo de ámbar que tiene dentro una libélula. Diana Gabaldon escogió este título porque le pareció que era visual, poético y que sería fácil de recordar. Además la libélula en el ámbar es un símbolo del matrimonio de Jaime y Claire. Su matrimonio, al igual que la libélula, es algo muy bonito que existe fuera de su tiempo. Por si esto no fuera motivo suficiente para elegir el título, ahí va otra razón.
El ámbar ha sido usado desde tiempos ancestrales como sustancia mágica que ofrece protección al que la lleva.
Al elegir un título en español no se opta por el sentido literal del título en inglés "Dragonfly in Amber" que significa "Libélula en ámbar", sino que se elige el título atrapada en el tiempo. Este título, al igual que el título original en inglés, hace referencia al amor entre Claire y Jaime.
Atrapada en el tiempo comienza de manera impactante para los lectores, pues nos encontramos a Claire en 1968, después de haber vivido en la Escocia del siglo XVIII y de haber conocido al gran amor de su vida.
PRÓLOGO DEL LIBRO:
Veinte años después de haber experimentado la más extraña de su vida, un viaje a través del tiempo hasta la Escocia del siglo XVIII, Claire Randall regresa con su hija Brianna a las imponentes y misteriosas montañas escocesas donde todo comenzó. Con la ayuda de Roger, un joven historiador, Claire se lanza a una obsesiva búsqueda de las tumbas de los caídos en la batalla de Culloden, librada en 1745. El paso del tiempo no ha podido borrar los intensos recuerdos de un amor difícil de explicar. Con el transcurrir de los días, Claire irá descubriendo, ante los ojos incrédulos de su hija y de Roger, el fascinante secreto cuya clave es el cauce interior que conduce al pasado.
Leí este libro después de ver la segunda temporada de la serie, con lo que todo ello supone, y he de decir que me gustó bastante. Incluso aunque sabía cómo iban a ocurrir los hechos y el final del libro desde el primer momento, la hábil redacción de Diana Gabaldon me enamoró. Hay abundantes diálogos y las descripciones están en la justa medida porque sirven para que te imagines el momento, pero sin llegar a aburrirte.
Aquí dejo la primera y la segunda página del libro para que veáis de lo que os hablo.
PRIMERA PARTE
A través del espejo
Inverness, 1968
Pasando revista Roger Wakefield se sentía rodeado en el centro de la habitación. Pensó que la sensación se justificaba plenamente, pues estaba rodeado: por mesas cubiertas de antigüedades y recuerdos, por pesados muebles victorianos tapizados de terciopelo y adornados con tapetes de ganchillo y diminutas alfombras, Rodeado por doce habitaciones repletas de muebles, ropa y papeles. Y libros. ¡Dios mío, los libros!
Tres de las paredes del estudio estaban cubiertas Por estanterías repletas. Había montones de novelas de misterio en ediciones de bolsillo, brillantes y baratas, volúmenes encuadernados en cuero, apretados junto a obras del club de lectores, antiguos tomos robados de bibliotecas desaparecidas y miles de panfletos, folletos y manuscritos.
Una situación similar prevalecía en el resto de la casa. Libros y papeles cubrían cualquier superficie y los armarios crujían, repletos. Su difunto padre adoptivo había tenido una vida plena y larga, diez años más de los setenta que prescribe la Biblia. Y en sus ochenta y tantos años, el reverendo, Reginald Wakefield turca había tirado nada.
Roger reprimió la tentación de salir corriendo por la puerta principal, saltar a su Mini Morris y regresar a Oxford, abandonando la rectoría y su contenido a merced del tiempo y los vándalos. “Tranquilízate se dijo, respirando hondo. Puedes solucionarlo. Los libros son lo más fácil; sólo es cuestión de clasificarlos y llamar a alguien para, que se los lleve. Claro que se necesitará un camión gigantesco, pero puede hacerse. La ropa no es problema. A una institución de caridad”. No sabía qué iba a hacer una institución de caridad con tantas sotanas negras de sarga de 1948, pero tal vez los pobres no fueran tan quisquillosos. Empezó a respirar mejor.
Había pedido un mes de licencia en el Departamento de Historia de Oxford para ocuparse de las cosas del reverendo. Quizás eso bastara, después de todo. En sus momentos de mayor depresión había pensado que la tarea le llevaría años. Se dirigió a una de las mesas y cogió un platito de porcelana. Estaba lleno de pequeños rectángulos de metal y unas distintivos de plomo que daban las parroquias a los mendigos en el siglo dieciocho como una suerte, de identificación; en Escocia los llamaban "lunzies”. Junto a la lámpara había una colección de botellas de cerámica y una caja de rapé en forma de caracol con un aro de plata. “¿Y si las donara a un museo?”, pensó no muy convencido. La casa estaba llena de objetos jacobitas. El reverendo había sido aficionado a la historia; y el siglo dieciocho era su campo de investigación.
Sin querer se puso a acariciar la superficie de 1a caja de rapé, recorriendo las líneas negras de las inscripciones con los nombres y fechas de diáconos y tesoreros de la Organización de Sastres de la Canonjía de la Ciudad de Edimburgo, 1726. Quizá debería guardar algunas de las cosas del reverendo... pero se echó atrás, sacudiendo la cabeza con firmeza. - Nada de eso, hombre – dijo en voz alta -. Sería una locura. - O en el mejor de 1os casos, el comienzo de una vida de rata -. Si empiezas a guardar cosas, terminarás quedándote con todo, viviendo en esta casa monstruosa, rodeado por siglos de basura... y hablando solo. Al pensar en la basura recordó el garaje y se le aflojaron las rodillas.
El reverendo, que de hecho era su tío abuelo, lo había adoptado a los cinco años, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando su madre murió en un bombardeo y su padre en 1as negras aguas del canal de la Mancha. Con su fuerte instinto de conservación, el reverendo había guardado todos los efectos de sus padres, sellados en embalajes y cajas, en la parte posterior del garaje. Roger sabía que nadie los había abierto en los últimos veinte años. Lanzó un quejido al pensar en tener que registrarlos. - Dios mío - dijo en voz alta - Cualquier cosa menos eso.
No era un ruego, pero el timbre de la puerta sonó como si fuera una respuesta, haciendo que Roger se mordiera la lengua del susto. La puerta de la rectoría se trababa cuando había humedad, es decir se trataba siempre. Roger la desatascó con esfuerzo antes de ver a la mujer en el umbral. - ¿En qué puedo servirle?.
Era de estatura mediana, y muy guapa. Roger notó que era de huesos finos y que llevaba el pelo castaño recogido en un moño. En medio de todo, unos extraordinarios ojo claros color jerez añejo. Los ojos lo recorrieron desde los zapatos hasta la cabeza, unos treinta centímetros más arriba que la de ella. La sonrisa se extendió. - No me gusta empezar con una frase hecha – dijo -, pero ¡cómo ha crecido, Roger!
Roger sintió que se ruborizaba. La mujer rió y le tendió la mano. - Es Roger, ¿verdad? Soy Claire Randall, una, vieja amiga del reverendo. Pero no le veía desde que tenía cinco años.
- ¿Dice que era amiga de mi padre? Entonces sabrá que él ... La sonrisa se desvaneció y dio paso a una expresión de pesar.
- Sí, 1o sentí mucho cuando me enteré. El corazón, ¿no?
- Sí. Muy repentino. Acabo de llegar de Oxford para ocuparme de... todo. – Hizo un gesto indefinido que comprendía la muerte del reverendo, la casa y todo su contenido.
- Por lo que recuerdo de la biblioteca de su padre, la tarea le llevará hasta Navidad - observó Claire.
- En ese caso, no deberíamos molestarlo una voz con acento estadounidense. - Ah, me olvidaba - dijo Claire -. Roger Wakefield: mi hija, Brianna. Brianna Randall dio un paso adelante con una sonrisa tímida. R
oger la observó un momento; se apartó y abrió la puerta preguntándose cuándo se había cambiado 1a camisa por última vez. - De ninguna manera, de ninguna manera - dijo con sinceridad.
Necesito, descansar. ¿No quieren pasar? Las condujo hasta el estudio del reverendo. Además de atractiva, la hija era una de las muchacha más altas que había vista. “Un metro ochenta por lo menos”, pensó.
Inconscientemente se enderezó hasta su metro noventa para superarla en estatura. Al entrar en el estudio, se agachó para no golpearse contra el dintel. - Pensaba venir, antes - explicó Claire hundiéndose en e1 enorme sillón de orejas. La cuarta pared del estudio del reverendo tenía ventanales desde el suelo hasta el techo y la luz del sol hacía brillar la horquilla de perlas en su pelo castaño -. Tenía pensado venir año pasado, pero hubo una emergencia en el hospital de Boston. Soy doctora - explicó, frunciendo un poco la boca ante la mirada de sorpresa de Roger .
- Siento que no pudiéramos venir. Me habría gustado mucho volver a ver a su padre. Roger se estaba preguntando por qué habrían ido, si sabían que el reverendo había muerto, pero le pareció descortés manifestarlo. Preguntó, en cambio: - ¿Están disfrutando del viaje?
- Sí, hemos venido en coche desde Londres – respondió Claire mientras dirigía una sonrisa a su hija
-. Quería que Bree, conociera esto. Al oírla hablar no lo creería, pero es tan inglesa como yo, aunque nunca ha vivido aquí.
- ¿De veras? – Roger miró a Brianna. No parecía inglesa, pensó. Aparte de la estatura, tenía un pelo rojizo que llevaba suelto sobre los hombros, y su cara era angulosa con una nariz larga y recta, quizás más larga de lo aconsejable.
- Nací en los Estados Unidos - explicó Brianna -, pero tanto mamá como papá son... eran... ingleses. - ¿Eran? - Mi marido murió hace dos años, explicó Claire. Creo que usted lo conoció. Frank Randall. - ¡ Frank Randall! ¡Por supuesto! – Roger se dio un golpe en la frente y sintió que se ruborizaba -. Pensarán que soy tonto, pero acabo de darme cuenta de quienes son.
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